Se puede decir, que, desde el primer momento, se crió en la calle con los demás niños del pueblo (Paracuellos), como todos los de aquella generación. Por eso, siempre fue muy querido por todos los vecinos, porque era muy callejero, muy bueno, siempre se estaba riendo y jugaba con los demás niños hasta que desconectaba, volviendo a su mundo imaginario.
Sin embargo, a medida que los niños de su generación fueron creciendo, empezando a realizar cosas de adolescentes, Pedro se quedó anclado en su infancia, su eterna infancia en la que vivió siempre. La gente empezó a llamarle Pedrito, y los niños para referirse a él añadieron el adjetivo “el Tonto”, que no era un adjetivo descalificativo, sino su mote. En los pueblos, todo el mundo tiene mote o apodo, que son el sobrenombre que te ponen otros para ser reconocido en la comunidad y que te acompañaran hasta la tumba. Puede ser de profesión (el bombero, el churrero, el panadero…), de procedencia (el maño, el portu, el rumano…) por meritos propios (el cuquillo, el guarri, el formalito…) por defectos físicos o psíquicos (el cojo, el manco, el loco, el largo…) o heredados de tus parientes (los pelícanos, los coítos, los jaros…). Además, en aquellos tiempos, llamar a una persona con discapacidad subnormal o mongólo, era lo habitual. Pero Pedro no era tonto. Vivía en su mundo, allí era feliz ¿Quién no aspira a ser feliz? Pero también era capaz de entender el mundo que le rodeaba sin problema.
No está del todo claro lo que le ocurrió, hay varias versiones del mismo hecho. Parece ser como la más aceptada que, a la vuelta (de Barajas), los conductores le dejaban subir sin más o algún viajero que le conocía pagaba el billete porque Pedro se gastaba todo el dinero que le daban (en la bebida). Pero uno de los conductores era nuevo, no le dejó subir si no pagaba y tampoco hubo nadie, conocido o sin conocer, que lo hiciera. Así que se quedó en tierra y empezó a caminar por el arcén de la carretera dirección Paracuellos “en difícil equilibrio” en una noche cerrada y lluviosa, una furgoneta de reparto se lo llevó por delante... (Ver + >)
Sin embargo, a medida que los niños de su generación fueron creciendo, empezando a realizar cosas de adolescentes, Pedro se quedó anclado en su infancia, su eterna infancia en la que vivió siempre. La gente empezó a llamarle Pedrito, y los niños para referirse a él añadieron el adjetivo “el Tonto”, que no era un adjetivo descalificativo, sino su mote. En los pueblos, todo el mundo tiene mote o apodo, que son el sobrenombre que te ponen otros para ser reconocido en la comunidad y que te acompañaran hasta la tumba. Puede ser de profesión (el bombero, el churrero, el panadero…), de procedencia (el maño, el portu, el rumano…) por meritos propios (el cuquillo, el guarri, el formalito…) por defectos físicos o psíquicos (el cojo, el manco, el loco, el largo…) o heredados de tus parientes (los pelícanos, los coítos, los jaros…). Además, en aquellos tiempos, llamar a una persona con discapacidad subnormal o mongólo, era lo habitual. Pero Pedro no era tonto. Vivía en su mundo, allí era feliz ¿Quién no aspira a ser feliz? Pero también era capaz de entender el mundo que le rodeaba sin problema.
No está del todo claro lo que le ocurrió, hay varias versiones del mismo hecho. Parece ser como la más aceptada que, a la vuelta (de Barajas), los conductores le dejaban subir sin más o algún viajero que le conocía pagaba el billete porque Pedro se gastaba todo el dinero que le daban (en la bebida). Pero uno de los conductores era nuevo, no le dejó subir si no pagaba y tampoco hubo nadie, conocido o sin conocer, que lo hiciera. Así que se quedó en tierra y empezó a caminar por el arcén de la carretera dirección Paracuellos “en difícil equilibrio” en una noche cerrada y lluviosa, una furgoneta de reparto se lo llevó por delante... (Ver + >)