En Cómo mueren las democracias, Levitsky y Ziblattes cuentan que la ciudadanía suele tardar en darse cuenta de que la democracia está siendo desmantelada, aunque suceda ante sus propios ojos. Igual no es demasiado tarde para advertir que en España algo se nos está muriendo y no queremos enterarnos. En un tiempo en el que el mundo real se tambalea por la pandemia, el goteo constante de muertos, el colapso sanitario, la gran nevada, la polarización política y las emociones individuales, el ser humano es imprevisible y en ocasiones actúa en su propio beneficio sin importarle demasiado lo que ocurra alrededor, mucho menos lo que atañe a las instituciones. Está pasando.
En lo que respecta a la pandemia, no hay forma de frenar los contagios porque las medidas parciales no funcionan: los toques de queda, los cierres perimetrales, los aforos limitados, las limitaciones a las actividades sociales.... Estamos al borde del precipicio porque la llamada "cogobernanza" no ha funcionado y porque el Gobierno de España decidió que fueran las Comunidades Autónomas quienes asumieran el coste de las decisiones impopulares, después de meses de acusaciones injustas durante el primer estado de alarma y un largo confinamiento domiciliario. Pero si uno denuncia la incomprensible pasividad del Gobierno de Sánchez ante la desbocada tercera ola es que ha cambiado de trinchera, es un vendido a la caverna mediática o un tocapelotas. Si señala el despropósito en la gestión de Díaz Ayuso y sus mariachis es que forma parte del comunismo desorejado y es un sectario bolivariano. Así con todo. (+)