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sábado, 22 de abril de 2023

ARTURO LORENZO ARRIERO (1914-2010). La apasiónate vida de un gran pintor paracuellense

Arturo nació en Paracuellos del Jarama y, desde pequeño, mostró habilidades plásticas, lo que hizo que su maestro instase al padre para que pudiera estudiar Artes Plásticas en la Academia de San Fernando de Madrid. “Nunca he llegado a entender porqué mi abuelo Jacinto pequeño terrateniente de Paracuellos del Jarama que se enorgullecía de cerrar los tratos sobre el trigo y las olivas de sus escasas fanegas, sin ningún papel, con sólo un apretón de manos y que hacía trabajar a sus hijos de sol a sol en las faenas del campo, accedió a la propuesta de Don Vicente –el maestro del pueblo–. Déjele que se vaya a Madrid a estudiar pintura, Don Jacinto, déjele, el chaval tiene pasta”, rememora Beatriz, la hija del pintor.


Durante los años madrileños se relacionó con artistas e intelectuales de la Generación del 27. Afortunadamente, tenemos la descripción de aquella época, gracias a sus propias palabras: “En aquella época, era común en Madrid reunirse con los amigos para conversar y tomarse unos tragos, en tertulias muy interesantes. Fue así como un joven pintor veinteañero como yo (el menor de todo ese grupo), conoció y compartió junto a grandes amigos; tales como: el cineasta Luis Buñuel; el músico chileno Acario Cotapos; Federico García Lorca; Rafael Alberti; toreros como Sánchez Mejías, y tantos otros; pudiendo compartir tardes muy agradables en su hogar, donde nunca hubo que tocar la puerta para entrar, ya que siempre estaba abierta esa casa de las flores (llamada así, porque estaba rodeada de geranios o cardenales, como le llaman acá en Chile); bastaba empujar, para poder conversar un buen vino en la casa de Pablo […] Cuando éramos jóvenes y luego de aquellas agradables tertulias por locales de Madrid; ya de noche, como a eso de las doce o una de la madrugada, salíamos a inaugurar estatuas junto a Neruda y otros compañeros de farra. Resulta que cuando nos encontrábamos con algunas de ellas, nos parábamos delante de estas, para hacer divertidos discursos que iban saliendo en el momento; todo en broma, por supuesto, riéndonos mucho de estas travesuras, las que seguían metros más allá, al encontrarnos con una nueva estatua, camino a casa; a la que, por lo mismo, nos costaba llegar”.

Terminados sus estudios, consiguió una plaza de profesor de dibujo que nunca llegó a ocupar, por el estallido de la guerra. Fue uno de los denominados cursillistas de 1936 en la asignatura de Dibujo. Recibieron ese nombre por haber aprobado los cursillos de selección del Profesorado de Segunda Enseñanza que se celebraron el año en el que comenzó la guerra. Wenceslao Roces, subsecretario del Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes, reconocía en la orden que firmó que estos profesores “se considerarán como Encargados de curso” (Gaceta de 10 de octubre de 1936). (+)