En España y fuera de España, son muchos los que disertan sobre pruebas sin ninguna base científica (y en la mayoría de los casos, sin saber qué dicen). Incluso postulan –o realizan en sus respectivos ámbitos– testados "masivos" con una u otra prueba, o reclaman pruebas "en origen" como la solución a todos nuestros males. Eso cuando no están queriendo levantar aislamientos porque un test ha resultado negativo.
Confusión. Y los medios de comunicación generales, al parecer incapaces de comprender que la utilidad de las pruebas diagnósticas depende de la prueba que se use, de en quién se use y de en qué momento se use, contribuyen notablemente al desconcierto.
En el caso de Madrid, unas 340 personas por cada 100.000 habitantes en una semana; por debajo del 0,35 %, aunque para evitar fracciones de persona asumiremos un 1 % de prevalencia.
En este caso, por cada 100.000 personas cribadas 5.600 darían resultado positivo a la prueba, pero solo 700 de ellas serían verdaderos positivos. Mientras que otras 4 900 (falsos positivos) serían aisladas sin tener la enfermedad. Por otro lado, 300 enfermos (falsos negativos) no serían aislados.
La confusión no es gratis. Genera malestar (pacientes irritados reclamando agriamente a sus médicos de familia la prueba inadecuada en el momento inadecuado), incertidumbre (colas de personas haciéndose una prueba cuyo resultado nadie podrá interpretar razonablemente), despilfarro (recursos que se emplean sin generar valor), baja calidad asistencial (retrasos en las pruebas que realmente son útiles), más contagios (falsos negativos que no se aíslan) y pérdidas económicas a las familias (falsos positivos que deben ser aislados).
El uso de pruebas diagnósticas ya es bastante complicado. Mejor no complicarlo más desde la ignorancia o el populismo. (+)